Opinión - Tres lecciones de la Basílica Teresiana

TRES LECCIONES DE LA BASÍLICA TERESIANA
por Florentino Gutiérrez. Sacerdote
Salamanca, a 17 de noviembre de 2007


La invitación que nos hace la diócesis salmantina para afrontar decididamente la conclusión de la Basílica Teresiana, no solamente nos pide una colaboración generosa, sino que nos regala tres lecciones de máximo interés.
1ª - El respeto por el pasado frente a la idolatría del presente.
Es natural que cuando uno comienza una obra personal se esfuerce por concluirla. Nuestra ilusión, e incluso nuestro amor propio, nos impulsan a ello. Pero otra cosa es hacer propia la obra que otro ha soñado.
Pues bien, la obra de la Basílica Teresiana nos proporciona la posibilidad de aprobar esta primera lección: aceptar con respeto el proyecto de nuestros mayores y concluirla con la misma ilusión que si fuese nuestra. Esta es una obra que, como en las antiguas catedrales, necesita el trabajo solidario entre generaciones distintas.
2ª – El valor del trabajo en equipo frente a la tentación del individualismo.
Una segunda lección que podemos aprender mientras levantamos nuestra Basílica es la del trabajo en equipo. La tentación de trabajar individualmente nos hace caer en la trampa de nuestra autosuficiencia. Aquí, o nos unimos todos o la obra no será posible.
La unión ha de empezar por las fuerzas de la misma Iglesia: sacerdotes, religiosos/as y seglares; parroquias, instituciones y familias. Las comunidades carmelitanas o teresianas tienen un lugar de preferencia. Luego hay que solicitar, con humildad y entusiasmo agradecido, la ayuda de personas e instituciones no eclesiales que, por algún motivo puedan tener algún interés en el proyecto: políticos, empresarios, economistas, artistas, intelectuales… Todos son necesarios y deben ser admitidos en esta obra. Incluso hay que sumar la ayuda de los pobres. Sus pequeñas monedas son indispensables porque, de lo que se trata, es de hacer una obra común.
La experiencia nos dice que cuando hemos realizado una obra social el resultado regala un plus pedagógico que al final nos llena de satisfacción y orgullo.
3ª – La dimensión transcendente de la obra humana.
Recordemos un pasaje de la historia de San Francisco de Asís. Estamos en 1205. Un día salió Francisco a dar un paseo y entró a rezar en la vieja iglesia de San Damián, fuera de Asís. Mientras rezaba delante del Crucifijo puesto sobre el altar, tuvo una visión de Cristo crucificado que le traspasó el corazón, hasta el punto de que ya no podía traer a la memoria la pasión del Señor sin que se le saltaran las lágrimas. Sintió que el Señor le decía: "Francisco, repara mi iglesia; ¿no ves que se hunde?".
El Señor se refería a la Iglesia de los creyentes, amenazada, como siempre, por mil peligros, mas él entendió que se refería a la pequeña ermita de San Damián. Entonces Francisco decidió quedarse allí, y reparar él personalmente la iglesia.
La obra material de la reconstrucción de San Damián fue para Francisco el modo del que el Señor se valió para darle a entender la urgencia que había de restaurar la Iglesia universal. San Damián tenía un valor transcendente que Francisco entonces no conocía.
Digo yo que levantar hoy la Basílica Teresiana tiene también un valor oculto y que iremos descubriendo a la vez que ponemos piedras nuevas: la urgente necesidad de revitalizar la Iglesia de Dios.
Para Teresa de Jesús la obra de San José, su primera fundación, no era más que el signo visible y eficaz de su compromiso para reformar el Carmelo.
Para nosotros, la Basílica Teresiana debe ser como la reparación de San Damián o la construcción de San José: la respuesta animosa y agradecida a una llamada divina para reformar, para construir, la Iglesia de Jesús, la que verdaderamente nos importa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien Don Florentino, siempre acertando en tus reflexiones